En su fiesta litúrgica, la Iglesia recuerda al joven beato mapuche que soñó con ser sacerdote y llevar el Evangelio a su pueblo. Su vida breve pero luminosa lo convirtió en símbolo de encuentro entre Argentina y Chile, entre mapuches y huincas, entre la cultura originaria y la fe en Cristo.
“Quería estudiar, ser sacerdote y volver a su pueblo para contribuir al crecimiento cultural y espiritual de su gente, los mapuches, como había visto hacer a los misioneros salesianos”.
Ese era el gran anhelo de Ceferino Namuncurá, el joven mapuche que hoy la Iglesia recuerda en su fiesta litúrgica del 26 de agosto.
Ceferino nació en 1886 en Chimpay, Patagonia argentina, hijo del cacique Manuel Namuncurá y de Rosario Burgos. Su vida, marcada por la sencillez y el deseo de servir, se convirtió en un símbolo de encuentro entre culturas y pueblos.
El Obispo de Villarrica, Mons. Francisco Javier Stegmeier, lo describió así: “Ceferino, al igual que la Cordillera de Los Andes, une a Argentina y a Chile. Ambos países se sienten identificados con él porque su padre, el Cacique Manuel Namuncurá y sus antepasados, lo mismo que su madre, son originarios de la Región de La Araucanía y más precisamente de la Diócesis de Villarrica. El padre de Ceferino es totalmente mapuche y su madre, Rosario Burgos, tiene sangre mapuche y huinca. En su vida personal, Ceferino supo unir armoniosamente las riquezas aportadas por las dos razas”. (1)
Ese mestizaje, vivido con naturalidad, hizo de Ceferino un puente: entre mapuches y huincas, entre argentinos y chilenos, entre las raíces de su pueblo y la fe en Cristo.
Con apenas 16 años, ingresó a la vida salesiana en Buenos Aires y más tarde viajó a Italia, donde conoció al Papa san Pío X. Sin embargo, la tuberculosis truncó sus sueños: murió en Roma en 1905, a los 19 años. Su vida breve pero luminosa dejó una huella imborrable entre los suyos.
El testimonio de su fe y virtudes pronto se difundió por toda la región, y en 1972 fue declarado Siervo de Dios. El 11 de noviembre de 2007, el Papa Benedicto XVI lo proclamó beato en Chimpay, después de reconocer como milagro la curación inexplicable de una joven argentina enferma de cáncer.
Hoy, Ceferino Namuncurá es recordado como un joven que supo soñar en grande, confiando en que Cristo podía transformar la vida de su pueblo. Su fiesta litúrgica del 26 de agosto se vive como una ocasión para pedirle que interceda por la unidad y reconciliación de los pueblos de América del Sur.
(1) https://www.iglesia.cl/41070-fiesta-del-beato-ceferino-namuncura-un-testigo-de-unidad.html